Adolfo Winternitz

Al respecto sobre su amistad con Adolfo Winternitz, Luis Jaime Cisneros mencionaba lo siguiente: profundo y alegre como era, repartía energías por el campus universitario y animaba a los grupos juveniles de artistas a frecuentar el buen humor. Siempre dispuesto a ayudar a los jóvenes a realizar con rigor y con decoro, porque “de ellos es el reino”, comentaba Winternitz. Decía, solamente hace falta algo importante: conversar, dialogar, escuchar con honda paciencia. Y todo eso exige un corazón fresco y alerta. Una opinión de Adolfo refería a que “los profesores no debemos especializarnos en ser adultos”. Por algo lo dijo él, gran integrador de las artes y de los hombres.

En Winternitz se da el caso que felizmente no es raro en el siglo XX, pienso en Josep Albers, en Hans Hoffman, en la Bauhaus- en que la libertad creadora personal y la labor pedagógica están inseparablemente unidas al punto de constituir una sola vocación con dos manifestaciones paralelas: la propia obra y la que se realiza a través de otros, de abrir horizontes para los otros.

Winternitz fue un trabajador incansable. De lunes a viernes permanecía diez horas o más trabajando en la Escuela que fundó. Y los sábados y domingos casi todo el día en su taller artístico del Rímac. Su capacidad laboral era realmente asombrosa. Su temperamento creativo lo volcó en sus maravillosos vitrales; él fue fundamentalmente un vitralista extraordinario. Sospecho que la Iglesia Peruana no supo “aprovecharlo” como tal ya que sus más grandes vitrales se encuentran en el extranjero. Lo aprovechó como profesor y no como creador. Sin embargo, Winternitz cumplió con dignidad y altura la misión que se le encomendó. El Perú tiene que agradecerle su aporte en la formación de un clima y de una conciencia artística.